sábado, 2 de abril de 2011

Abuelo

Hoy es un día muy especial para mí y decidí publicar esta pequeña narración que escribí tristemente hacen ya dos años. Gracias, ángel mío, por cuidarnos desde lo alto, desde los brazos de Dios.

Al bichito de luz

Sentada en la solitaria angustia de mi alma, me encuentro hoy, pensándote. El calor del ambiente se contrasta con el frío que recorre las venas de quienes presenciamos el cruel paso de los segundos y sentimos avanzar el temor hacía nosotros. ¿Por qué será que vos ya no sentís miedo y nos mirás con tus ojos entreabiertos pidiéndonos que no temamos?

Mirando alrededor, no logro separar mi mirada de tus ojos pequeños, de esos dulces ojos grises que en destellos de cielo me observan desde un mundo al que quisiera penetrar para poder encontrarme con tu alma y que me dijeras todo lo que tu mirada tan tibia me dice al oído. Tus ojos se cierran nuevamente. Ya no quieres responder a nuestro llamado de alerta y, simplemente, dices las palabras que no queremos oír: “no los abro porque ya estoy acostumbrado a estar así”.

Siento en mi pecho el deseo de gritar, de sacar desde dentro lo que mi cuerpo ya no puede retener, o tal vez ya no quiere retener. Imágenes pasan por mi mente, literatura por mi sangre, cosas por decir pasan por mi boca y se quedan en ella, danzantes hasta desvanecerse en un callado y sordo deseo que muere en los labios porque tu rostro me enmudece.

Me encuentro jugando en el patio, buscando caracoles en ese frondoso patio de mi niñez, entre esas plantas en las que dedicabas días enteros arreglando cada flor junto a tu amada; en ese patio donde cada día regabas la tierra infértil que convertías, pese a las condiciones que no tenía, en un paraíso de verde pastizal. Me acerco corriendo al comedor donde te encuentro sentadito en ese sillón que tienes frente al televisor y desde el cual durante años miraste ese famoso programa que ya caducó. Te abrazo con mis pequeños brazos de niña y me siento a tu lado, mientras tú tomas mates y yo comparto un té con el amor de tu vida. Compartíamos lo mejor de los tiempos, lo mejor de tu tiempo. Sentados allí durante horas en esas tardes de verano en que yo decidía dedicarles miles de horas porque mi vida era simple y despreocupada y sabía que había prioridades que hoy, mucho después y supuestamente más madura tengo que descubrir volviendo a ser niña.

En un parpadeo me encuentro de nuevo de regreso en este incómodo asiento al lado de tu cama. La casa silenciosa no cesa de hablarme, y vos, en esa habitación, aguardando por los tuyos.

En el vuelo de un pájaro que asomó su canto por la ventana, despego a otros tiempos en los que pasaba días y noches acompañada por ti. Esos días en los que para cenar preparabas con todo el amor del mundo esos sándwiches que tanto te gustaban. Dulces ecos resuenan en mi mente de historias pasadas que de tu boca soltabas y que de ilusiones me llenabas; esas historias de campo que siempre contabas, una nueva cada día pero innovadora sería de seguro; historias llenas de fantasías que ni un Borges ni un Cortazar algún día lograrían escribir. Sonrío al recordar tu voz, esa voz que se perdía en medio de tu risita pícara cuando comenzabas a contar alguna anécdota divertida, pero que nunca concluías porque tu risa superaba la historia y todos éramos contagiados por esa alegría que convertía cualquier día en uno especial.

Otro suspiro que se acerca a mi oído me estremece el cuerpo, pero es el gemido que de tus labios escapa el que me hace agonizar al escucharte. De repente, escucho voces que invaden esa habitación en la que estamos solos. Fugaces recuerdos diciéndonos que somos iguales, que tenemos en común tantas cosas. Miro al espejo y veo otro reflejo, el de años anteriores en los que ambos pasábamos largas horas mirando tele y comiendo alguna cosita rica; éramos iguales, ya nos lo habían dicho.

Un aire de desesperanza golpea la puerta. Cierro con llave y observo por la ventana. Recorro la casa cerciorándome de que esa brisa maldita no tenga cabida en nuestras vidas. Te protejo dentro de mi universo e intento que tu monumento no se destruya en un destello.

Entro con una sonrisa un domingo a tu casa. Voy a la pieza pequeña y prendo la tele. Salgo al patio a encontrarte… y ahí estás. Voy a darte un beso, y te ayudo a buscar las demás cosas que hay que preparar. Te has levantado temprano y ya tienes todo casi listo para el bendito asado. Pendiente de los detalles, no se te escapa nada. Vas y venís de ese cuartito del fondo que es tu refugio de este universo y donde has ubicado con cariño cada cosa en su lugar. Siempre queríamos jugar en tu cuartito cuando éramos chicos.

Tu mano suave se desliza entre las mías y yo te sujeto suave pero firmemente. Me miras, te miro. Comienzas a elevar tus manos tratando de alcanzar "eso" que hacen días quieres atrapar en el aire. No te suelto, pero dentro de mí quisiera también ver "eso" así te ayudo a apresarlo. Quisiera poder regalártelo.

Recorro mis sueños y encuentro empolvado ese viaje que soñaba de pequeña, pero que nunca realizamos. Me reprocho no haber compartido un atardecer en el mar en el que te hubiera regalado la dicha de volver a ese lugar, la felicidad del regreso a donde tus ojos siempre fueron luz al nombrar.

La gente. Esa gente que te quiere comienza a circular entorno tuyo. Mi mente se viste de fiesta y recuerda esos días importantes donde tu presencia era infaltable. Vals de fondo, velas en tortas, globos, anillos, bizcochuelo, un sillón y vos durmiendo en nuestra compañía. Corro a abrazar todo eso pero se escabulle entre mis brazos la multiforme y abstracta fuente del recuerdo. ¿Cómo se hace para ser fuerte? ¿Cómo hago para darte mi vitalidad? ¡Tantos avances de la ciencia y aún no se inventa el transplante de vida!

Abrís los ojos y me mirás de nuevo. Tu mirada me hace sentir que no derroché mi tiempo sino que el estar ahí contigo es la mejor inversión que he hecho. Una despedida ante un regreso, yo te digo que te quiero, aunque sé que esas palabras tienen un peso mayor que el que este mundo le otorga.

Vuelvo al rato. La historia se repite nuevamente en mi cerebro. No sueltes mi mano. Abrí los ojos. Mirame, reconoceme, soy la más chiquitita de tus alegrías en algún tiempo. Está atardeciendo. Debo marcharme pero prometo que volveré. Me acerco a despedirme y ya estás en tus sueños. Te observo desde la puerta, tu rostro surcado por el paso del tiempo; algo se avecina y siento miedo. Me voy con mi saludo en los brazos, esa inexplicable sensación de seguridad no me permite humanizarme y me voy.

El teléfono, el llanto, las corridas, y yo inmutable ante todo lo que pasa a mi alrededor. Es un sueño, yo sé que lo es. Pero no. ¡¿Por qué no?!

Ese lugar tan triste. Te visito y espero verte pero no como te veré. Te observo y, desde mi distancia, te suplico que abras los ojos. ¡Abrilos, por favor, abrilos! Estás ahí, todos creen que estás ahí. Yo no. ¿Por qué te buscan donde ya no estás? Estás allí, entre esas paredes, pero no las materiales. Estás allí porque te despides de cada uno de nosotros con un abrazo y un beso. Todos quisiéramos que tu mano no estuviera fría, que tus ojos nos miraran, pero vos alcanzaste eso que llevabas días intentando agarrar. Se te nota en el rostro surcado por la edad, ya la tienes prisionera, la paz está contigo.

No quiero que te vayas. Pero te dejo ir. El egoísmo humano hace querer que lo seres que amamos sean inmortales, pero no nos damos cuenta que sólo dejándolos ir van a alcanzar la vida eterna. Adiós, abuelo, a Dios.

2 comentarios:

  1. Q bello flor lo q escribis y como lo haces! de verdad veo cuanto has avanzado a la hora de expresar tus sentimientos atraves de la narracion y q bien lo haces! vas a hacer una gran escritora no lo dudo!!!!!
    Me acuerdo de esa carta para los 15 q me hiciste fue hermosa y al tengo grabada en mi memoria!! te quiero amiga y siento mucho lo tu abuelo!!!

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  2. Gracias Eri! Un abrazo, yo también te quiero!

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