miércoles, 20 de abril de 2011

Viernes Santo

Te observo en la cruz,
mi alma se estremece,
no puedo evitar
rogar que te quedes;
que bajes de ahí,
que grites victoria,
 y a cambio de eso
 obtengas la gloria.

Pero no es así,
tu rostro se entrega
y en voz potente,
tú todo lo dejas.
Esa misma voz
curó tanta gente, 
y hoy nos hace cargo
de quien te llevo en el vientre.

Un soplido tuyo de vida nos llena,
un suspiro tuyo la eternidad nos entrega.
Las tres de la tarde truenan en el suelo,
nuestro Dios amado, por amor ha muerto.
Es ese Jesús, el que predicaba
el que ahí en la cruz todo se nos daba.

Silencio de muerte,
vacío en el alma,
la esperanza empieza
a latir con calma.
Bajo su promesa, Él nos dejaba
y esperando el día, tan sólo aguardaba.
La muerte se mofa de llevarse al Grande,
pero ésta no sabe que no ha de ganarle.

La espera comienza,
no hace falta llanto,
tan solo confianza
en el que amó tanto.
Espera y espera,
que Él no ha de fallarnos
Él nos ha pedido
que tan solo creamos.

Hoy es su Madre con quien nos quedamos,
En la espera misma del resucitado.
Que María inunde, de fe y esperanza
la espera que comienza,
y en sepulcro vacío, acaba.


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