viernes, 21 de junio de 2013

ACECHADORA




A cualquier hora me acechas, ya despierta, ya dormida,
pero no hay forma, amiga, de evitarte en tu presencia.
Es que es tan fuerte tu fuerza que flaquea mi cordura
y es tan grande tu locura que se vuela la inocencia.
Tú te atreves a espiarme en lo privado de un sueño
por no mencionar tu arte de encontrarme en el aseo.
Y me inspiras melodías, y susurras tus deseos
y escondes las palabras que luego yo te las ruego.
Y corres por la cocina y tus destellos encuentro
cocinando en una sopa algún conocido recuerdo.
Y adelantas madrugadas y pospones los desvelos:
eres del tiempo errante su mejor relojero.
Atrapada hoy me encuentro por tu fuente inspiradora
Y dejo fluir tu vuelo que transforma y enamora. 

miércoles, 6 de febrero de 2013

Agonía hacia la vida


Un día desperté así, sin ganas. Y así se consumen mis días desde aquel entonces. No sé si han pasado ya dos, tres años, tal vez. No hay certezas, solo sé que un día simplemente dejé de soñar y la vida ya no quiso valer más. Veo, acá frente a un televisor, como todo lo que es imposible sucede, pero todo es tan lejano a mí. El más allá de la ventana no me inspira más que suspiros y leves recuerdos de aquellos días en los que… cómo decirlo…vivía.

¿Qué pasó? Yo también me lo pregunto. La vida pasó. Pasó por encima de mis ganas, por encima de mis fuerzas, por encima de mi voluntad. Y yo me dejé ir. Me fui para otro lado, para el lado opuesto al camino que tomó la vida. Aún no es tarde, sí, esa es una frase que suelo escuchar de boca de gente que sigue en el camino de la vida. Pero ellos, ellos no están aquí, del otro lado, viéndolos cada vez más lejos. A veces pienso que ellos van muriendo. Tal vez en mi cabeza es así, ellos se van, se alejan. Sería bueno que fuese así, me quedaría un poco más de eso…eso que da fuerza…creo que lo llaman esperanza. Yo solo me atrevo a pensar que se llama “eso”.

Sesenta y siete años, un posgrado y un departamento en el centro son mis únicos tesoros. Los recuerdos de estos años los acobijo en el colchón que no he podido cambiar por décadas; mis conocimientos me acompañan donde marche, pero ya nadie cree que sigan vigentes; mi departamento…mi departamento es lo único que aún no destruyo…o pierdo.

Pero aquí estoy, en mi lecho de muerte. Todos los médicos coinciden en lo mismo, no hay nada que hacer. La verdad que me parece increíble que alguien a mi edad esté en tan buen estado. Yo soy insistente con mi doctor, le digo que no es posible tanta salud, que de algo he de morirme. Pero no, parece que mi agonía es por esperar la agonía.

Sin embargo, hoy es distinto. Me levanté con un quejido, como de costumbre. Salí a hacer las compras, como de costumbre. Me quejé de los autos, de los peatones, del sol, del calor, del aire acondicionado, de las colas, de la bulla y hasta de un callo, también, como de costumbre. A pesar de ello, algo en el pecho me decía que este día era raro. De regreso, me tropecé con un bulto. Otra queja, y casi yéndome,  vi de reojo que el bulto se movía. Me acerqué y encontré enredado y perdido bajo unas mantas, un pequeñísimo cachorro. Parecía en mal estado, casi agonizante. Quise “despiadarme” y seguir mi camino, pero el pequeño se acercó como pudo a mis pies. Era de un castaño desteñido, o tal vez era barro lo que lo cubría. Pero una cosa era segura, su mirada cristalina llegó más lejos de lo que podía sospechar. Sin pensarlo ni dudarlo, lo subí al carrito de las compras y caminé.

Mientras recorría las cinco cuadras que me separaban de mi destino, descubrí que algo se había despertado en mí. La primera cuadra, ante las piruetas que hacía el perrito en el carrito, volví a sonreír. La segunda, un niño me pisó y acepté las disculpas sin quejarme. La siguiente, sonreí al quiosquero, José, que estaba barriendo la vereda. En la cuarta cuadra, la de la plaza, me animé a mirar jugar a los niños y hasta me senté un momento y acaricié al pichichu. La última cuadra fue la más difícil, la más larga… y la que trajo la recompensa. Ya subiendo las escaleras hasta el tercer piso, descubrí que no había estado en mi lecho de muerte todo este tiempo: había estado en mi lecho de vida.